lunes, 7 de diciembre de 2009

El color de la carne

Bueno, de nuevo aquí estamos. Esta vez me cuesta más que ninguna. No por lo dura de la entrada, porque creo que a cualquiera que se acerque a leerla se le iluminará una pequeña sonrisa. No por la dificultad que me haya podido surgir a la hora de encontrar la información. Ni siquiera por el simple hecho de que sea puente y no me apetezca nada más que estar viendo una peli a estas horas. Me cuesta más porque es la segunda vez que hago esta entrada... Cosas de no guardar la información a tiempo...

Enfin, yoreras a parte. Vamos a lo que nos interesa, que esta vez es nuestra civilizada y evolucionada forma de ver las cosas. De los contrastes entre los denominados primer y tercer mundo, África y Occidente. ¿Cómo? Bueno voy a usar un término que me gustó desde el primer día que se dijo en clase: estímulos.

Primer estímulo: Un cuento. Uno que a la mayoría os sonará gracias a Jose y el primer seminario de Didáctica. Uno que desgraciadamente no he podido encontrar más que versiones en la Red, de bloggers como nosotros, y no el original, aunque no creo que suponga un inconveniente (ya que encima yo también lo voy a adaptar). Aquí la presentación:

Un rico banquero estaba pasando sus vacaciones en un pueblecito pesquero y, mientras paseaba por el muelle del puerto, vió llegar la barca de un pescador solitario. Dentro del bote habián algunos peces de buen tamaño. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, nuestro banquero comenzó una curiosa conversacion con el pescador:

- Buenas tardes caballero. ¡Que peces más buenos trae!
¿Cuánto tiempo le ha tomado pescar esos peces?
-Muchas gracias. La verdad es que no demasiado...
- ¿Y no ha pensado nunca en estar más tiempo pescando? Así sacaría más cantidad de pescado.
- Pues la verdad es que no, porque con esto tengo suficiente para mi y mi familia.
- Pero si apenas pesca un par de horas al día ¿Qué hace usted con el resto de su tiempo?
- Camino tranquilo, leo algo interesante, pesco un poco, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi esposa, bajo todas las noches al pueblo donde suelo comer y tocar la guitarra con mis amigos... La verdad es que tengo una vida estupenda y además, bien entretenida.
- Verá usted, yo soy licenciado en ciencias económicas de la Universidad de Harvard y podría ayudarle un poco. Debería gastar más tiempo en la pesca y con los ingresos comprar un bote más grande para aumentar el número de sus capturas; con los ingresos de este aumento podría comprar varios barcos, con lo que eventualmente tendría una flota de botes pesqueros. En vez de vender el pescado a un intermediario lo podría hacer directamente a un procesador, e incluso, con algo de suerte abrir su propia compañía procesadora de ventas. Debería controlar la producción, el proceso y la distribución. Debería salir de este pueblo e irse a Ciudad de México, luego a Los Ángeles y a ser posible a Nueva York, donde manejaría su empresa en expansión...
- Perdone que le interrumpa, señor pero ¿cuánto tiempo tiene que pasar para que esto suceda?
- Entre quince y veinte años, calculo. Todo depende de muchos factores, de las variables del mercado, de su riesgo inversionista...
- Bueno ¿Y luego qué?
- Pues esa es la mejor parte, amigo: Cuando llegue la hora debería anunciar una "Oferta Inicial de Acciones". Al vender las acciones de su empresa al publico, usted se volvería rico, tendría millones...
- ¿Millones? ¿Y luego qué?
- ¡Qué pregunta! Con semejante fortuna, se podría retirar de la vida laboral y afincarse en un pueblecillo en la costa, donde podría dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con sus hijos (si le queda alguno con edad de jugar), descansar con su mujer, salir por las noches al pueblo para comer despreocupadamente ¡Incluso podría hacer algo que sé que le gusta mucho: Tocar la guitarra con sus amigos!

El pescador, entre confuso y sorprendido, le respondió: - Bueno ¿Y no es eso mismo lo que tengo ya...?

¡Que locos estan estos banqueros! ¡Qué locos andan por el norte del mundo!

Segundo estímulo: Una gran idea. Un proyecto de UNICEF en forma de cortos bajo el nombre de "En el mundo, a cada rato" y concretamente el último de ellos "Binta y la gran idea" de Javier Fasser, con un curioso e inesperado final, el que hace aparecer la sonrisa de la que hablabamos antes. Refresquemos la memoria gracias otra vez a youtube:





La gran idea de Binta. Adoptar un tubab. Un desgraciado tubab que vive rodeado de estrés, de insolidaridad, de artilugios extraños... ¡Qué curiosa forma de ver nuestra sociedad! Compartida además por nuestro entrañable pescador. De nuevo vemos que el progreso y el desarrollo de una sociedad depende también del cristal que tengan las gafas con la que lo miramos. Indudablemente, nuestra sociedad ha conseguido muchos avances en el campo de la ciencia y la tecnología que han dado lugar a enormes mejoras en nuestra calidad de vida, pero también, no nos olvidemos, han tenido mucho que ver en el distanciamiento de clases, o mejor dicho, el distanciamiento entre grupos de personas: las desigualdades sociales.


Esto no es una apología en contra de los avances de nuestra sociedad. No seré yo el que se ponga en contra del cine, los transplantes de órganos, los seguros de trabajo, los coches, la Playstation3 ni mucho menos Internet. Esto es solo una reflexión de que en el camino por el progreso hemos sido capaces de ver la cara oculta de la Luna con una sonda espacial pero a veces no somos capaces de ver que el color carne no es (solamente) el rosa. Esta frase me ilustra mucho más que la carta para adoptar un tubab. ¡Qué locura! ¿La sonrisa que aparece en nuestras caras acaso no guarda un poco de "vaya ocurrencia"? ¿O no surge quizá porque sería la última salida que podíamos esperar? Me imagino a un ministerio de Política Social recibiendo esta carta y a la persona que lo abriera...


Es curioso esto de los colores. Reconozco que a mí también me sorprendió reconocer que cuando Binta dice "el color de la carne" no pensé en el marrón hasta que coje la cera. La misma cara se le debió de quedar al pescador cuando el banquero le soltó que para disfrutar de su familia, sus amigos, su tiempo e incluso de sí mismo iba a tener que esperar 15 años para volverse rico. Y es que cuando hablamos de progreso hablamos en términos económicos y científicos y obviamos el componente social y humano.


¿Acaso esos niños y esas niñas no parecen felices? ¿Acaso se podría detectar alguna carencia que fuera básica e imprescindible para llevar una vida perfecta y plena? Pero lo que puede causar más controversia, ¿acaso no parece Sabu capaz de proporcionar esta felicidad y estabilidad a un pequeño y occidentalito niño tubab?